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Papá

Foto del escritor: silviaseysilviasey



Siempre a las 20:30. Aquel sonido acompasado de sus pisadas era la señal horaria inequívoca que precedía a su forma tan especial de llamar al timbre de casa. Nadie era capaz de emular aquella melodía especial que conseguía anunciar su llegada. Recuerdo que intentaba haber terminado siempre los deberes antes de esa hora. Porque me encantaba ser yo quien le diese el primer beso al llegar a casa.


Los domingos era otro de mis sentidos el que se activaba, el olfato. El olor a papel de periódico, a tinta y a su perfume invadían todo el salón. Y daba igual la hora a la que yo me levantase. Los domingos eran su día, su rutina, su tranquilidad pasando hoja tras hoja de un amasijo de noticias que parecían de otro mundo mucho más hostil comparado con la eterna calma de su mirada.


El sentido del gusto estará siempre asociado al sabor de un pastel: la selva negra. Aquella dulce tentación llevaba implícito todo un protocolo de actuación, pues no había una sola vez en la que él viese esa tarta , sin que me buscase previamente con la mirada antes de comprar un pedazo con dos cucharillas para que nos la comiésemos a medias. Aún puedo recordar las risas que pasábamos peleando por coger el trozo más grande. Desde entonces, no he vuelvo a disfrutar plenamente de ese delicioso sabor a chocolate, a pesar de ser yo ahora quien siempre pida dos cucharillas aunque no la comparta con nadie.


Hay conexiones que jamás podrán explicarse. Pero sus ojos y los míos están conectados por el alma. Quizás en un intento intuitivo de dejar aquí conmigo muchas de sus vivencias para que no se pierdan en el olvido. Y como si de un ritual sagrado se tratase, mi teléfono o el suyo sonaban de forma inesperada. La conversación comenzaba con un : –¿A qué no sabes dónde estoy?, y en ese momento, eran un par de ojos los que observaban y dos corazones los que percibían la magia, los colores, los matices y detalles que el otro no podía ver. Separados por la distancia pero juntos de una forma solo nuestra. Fue de ese modo como conseguí que estando a miles de kilómetros el uno del otro, él pudiese asomarse conmigo a la siempre vibrante Nueva York desde lo alto del Empire State Building o como yo, a día de hoy, podría describir como es Venecia desde lo alto del Campanile sin haber puesto uno solo de mis pies allí.


Dicen que la añoranza es una de las peores sensaciones que podemos enfrentar. Pues es el vacío el que se abre camino en medio de la necesidad. Y uno de los más dolorosos vacíos, es la ausencia de tacto. Su tacto. La forma en la que solía poner su mano sobre mi hombro cuando caminábamos juntos . La aspereza de las palmas de sus manos castigadas por el frío y el trabajo. Aquellas con las que era capaz de crear un mundo tan maravilloso en el que todo lo que nacía en su mente se transformaba en realidad tangible. Como un inventor de sueños que consigue que acaricies aquello que parece inalcanzable. Puede que quizás por esa razón, fue su tacto aquello que necesité inmortalizar colocando su mano en mi mejilla cuando me dijeron que estábamos en nuestros últimos minutos juntos. Como si de un tatuaje se tratase, quise atesorarlo. Poder sentir y dejar en mi propia piel toda su protección, toda su paz, todo su mundo... todo su amor.


Las palabra "Papá" es quizás una palabra extremadamente sencilla y repetitiva a pesar de tener un valor y un significado inconmensurable.

Yo tuve la gran suerte de tener a mi lado a un ser de luz que era capaz de llenar de armonía y optimismo cualquier lugar en el que él estuviese con una simple sonrisa.

Puede que a lo largo de toda mi vida, el destino me premie con mil y una bendiciones de las cuales pueda sentirme dichosa y orgullosa. Pero ninguno de esos dones será jamás tan inmenso, como el hecho de haber tenido en mi vida a alguien tan maravilloso por padre.

 
 
 

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