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El confinamiento. Amanda (Madrid)

Foto del escritor: silviaseysilviasey

Actualizado: 22 dic 2022

"Buenos días, son las 8." ,decía alegremente el dj de la emisora de radio en su despertador con una energía más que envidiable. Aunque el envolvente sonido del jingle de la emisora de radio la sobresaltó al romper el silencio de su habitación, ella llevaba ya despierta demasiado rato. No recordaba cuál fue la última noche que pudo dormir a pierna suelta. Quizás lo hizo aquel último fin de semana antes de que explotase todo el mundo pandémico que había parecido llegar para quedarse. Aquel fin de semana... Solo era capaz de recordar risas. Momentos dignos de haber sido retratados en fotos perfectas para el recuerdo. Instantáneas de aquel amor que estaba naciendo y que parecía que se convertiría en algo eterno. Él, Pedro. Sencillamente perfecto. Simpático, entrañable, inteligente, solidario, comprometido, protector, idealista, cuidadoso y sensible... ¿Dónde había estado todo ese tiempo?. Después de haber borrado de su móvil el número de tantos sapos que no merecían ni siquiera haber sido besados, por fin había encontrado al tan ansiado y tan irreal príncipe azul. Había tanta potencialidad en él... el hombre perfecto elevado a la enésima potencia. Y lo que hacía más interesante toda la situación, no había sido un flechazo. No era ese tipo de relación de atracción física que se agota según se exinguen las ganas de comerse a besos. "No te confíes nena. No hay nada peor que un tío encantador que encima va de filósofo. Esos son los peores. Porque te atrapan en su mundo y luego te meten una patada que te deja incrustada en Marte para los restos", le dijo su amiga Vero la primera vez que le habló de él. El hombre perfecto no existe. Baja de esa nube cuanto antes. Se levantó de la cama arrastrando el peso de un alma que de repente se había vuelto de hormigón. Todo le parecía denso. Su cuerpo, su mente, su corazón, sus esperanzas... Al otro lado de su ventana los pájaros parecían haberse montado un after hour al que a ella le hubiese gustado unirse si tuviese el ánimo suficiente. Se asomó al exterior. Silencio. Un silencio sordo y amortiguado como cuando cae la nieve.Excepto aquel concierto agudo e improvisado alado que la mantenía fascinada. El aire olía a flores. "Huele a flores", dijo en voz alta ante la incredulidad de tal pensamiento en su minúsculo ático alquilado en el centro de Madrid. Calentó agua para un té sin saber muy bien si prefería un café solo, un chupito o no tomar nada en absoluto. La soledad de su piso se le hacía insoportable. Ya habían pasado 4 semanas de aislamiento. Y las pantallas de su móvil y de ordenador, más que una ventana al exterior le parecía una herrramienta de tortura. Poder ver, escuchar, hablar, pero sin sentir calor, abrazo ni consuelo. Ella que siempre había pensado que era un alma libre e independiente, sentía que se marchitaba por la falta de cercanía con aquellos que tanto quería y que ahora sentía que tanto necesitaba. Arrastró su tristeza hacia la ducha y dejó que el desagüe se llevase parte de su amargura. Recogió su largo cabello en un improvisado moño, se puso una camisa lo suficientemente larga que no permitiese ver el pijama en sus piernas y encendió su ordenador.

"Buenos días, chicos", dijo mostrando su mejor sonrisa.

"Abrid el libro en la página 82", dijo intentado concentrarse en lo que estaba haciendo sin dejar de pensar que desde ese plano no se viese la pila de cacharros sin fregar o la tristeza en sus rodillas.

"Profe, no te veo"

"¿Qué página?"

"Profe, Juan me ha silenciado"

"Carlos, vaya cara de sobado tienes".

La voz de 10 críos se agolpó de repente en su cabeza.

"Chicos, a ver. Jorge, sal y vuelve a conectarte. Juan, te tengo dicho que no silencies a tus compañeros. Borja, página 82", suspiró entre sonrisas en vez de gritar como desearía.

Y su mundo comenzaba a girar una mañana más...




 
 
 

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