Julio 1984. Madrid
Suena el teléfono y salgo corriendo a cogerlo antes que los demás. Seguro que es papá.
-Digame
-Hola ratona. ¿Has sido la primera en cogerlo o te han dejado que seas tú?
-No. Lo he cogido yo. ¿Cómo estás, papá?¿Qué haces?
-Pues llamarte por teléfono, ¿qué quieres que haga? ¿Qué tal te estás portando?
-Muy bien. ¿Qué es ese ruido?
-Son unos señores que rezan desde la mezquita por los altavoces.
-¿Y por qué hacen eso?¿Es porque hay una guerra?
-No, lo hacen todos los días muchas veces.
-¿Pero rezan para que se acabe? ¿Papi, tú vas a ir a la guerra, verdad?
-Yo no. No te preocupes. Yo solo he venido a trabajar.
-Pero eso que dicen me da miedo.
-¿Por qué?
-Porque parece que lloran y eso es porque la gente se muere.
¿Cuándo vienes a casa, papá?
-Pronto.
-Pero tú no vayas a esa guerra que me da mucho miedo. Yo quiero que vengas aquí conmigo.
...........
Octubre 2024. Estambul
Estambul parece no dormir nunca, pero a esta hora su vida parece aletargada. La escasa luz del alba la hace despertar con el primer rezo en las mezquitas y el sonido se vuelve llanto, un fuerte grito desesperado al mismísimo Dios. Siento un escalofrio. Se me encoge el alma, se revuelve y la niña que vive dentro de mi se pone nerviosa. Ese sentimiento de abandono y alerta ante la perdida me martillea el pecho. La diferencia es que ahora él ya no va a volver pero la sensación de desamparo me atenaza y me hace sentir frágil. Una lágrima furtiva resbala por mi mejilla. Aquel miedo vuelve a mi con la misma fuerza que lo hacía entonces. Me aterra.
Cierro los ojos, respiro hondo y continuo escuchando el rezo que se hace audible en cada rincón de la ciudad. La piel se me eriza y una herida que fue simple e infantil ha crecido y dejado secuelas fuertes en mi seguridad. ¿Y si él también se va? ¿Por qué siempre me siento sola? ¿Por qué siempre hay una razón más importante que yo?...
Respiro hondo,el sonido me cala los huesos, es palpable y me arrastra en el ruego y la tristeza. Entonces abro los ojos y el Bósforo me deslumbra con pequeños destellos dorados en una paleta perfecta de color con el rojo de las primeras luces del alba. Las gaviotas sobrevuelan mi cabeza como queriendo jugar con los mechones de mi pelo revueltos por el viento y el terror y el temor se convierten en un lienzo perfecto. La ciudad cobra vida y con ella lo hacen mis sentidos, mis recursos, mi madurez. Los últimos rezos se vuelven ecos que se funden con el sonido de los ferries, los coches y las primeras risas de los transeúntes.
Estambul me envuelve en ese abrazo que añore tanto en aquellos días en los que no era capaz de entender nada excepto la ausencia. Y por un instante me siento más ligera, más relajada, menos triste. Décadas después me siento liberada.
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