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El mendigo

Foto del escritor: silviaseysilviasey

No llevaba ni la mitad del camino de regreso a casa cuando lo que parecía ser una gota huérfana de lluvia se convirtió en un diluvio. Angustiado corrió a lo largo de la inmensa avenida buscando un lugar en el que guarecerse para evitar lo que prometía ser un fuerte catarro otoñal.

Esquivando gente que parecía andar de modo más lento de lo normal y una nube de paraguas, consiguió encontrar refugio debajo de un sucio soportal.

-Parece que se está cayendo el cielo. -dijo una voz detrás de él

Miró por encima del hombro y vió a un indigente tirado en el suelo. La suciedad marcaba aún más las arrugas de un rostro que parecía no solo cansado por la edad, si no también por la dureza de una vida que decidió dejar una ruta de dolor en su rostro como los ríos en un mapa mudo. Preso de la desconfianza, decidió no contestar.

Pasados unos minutos y viendo que aquel aguacero no terminaba, aquel hombre salió de aquel amasijo de cartones y mantas y con cierto pudor se acercó al joven.

-Oye, muchacho, disculpa. ¿Tienes un cigarrillo? Sé que pensarás que sería más lógico que te pidiese algo de comida. Afortunadamente, en el comedor social, siempre tienen algo que darme. Pero estoy oliendo el humo de tu cigarrillo y no recuerdo cuál fue la última vez que me fumé algo que no fuese una colilla.

Sin mediar palabra, sacó un cigarrillo de la cajetilla y se lo entregó. Su presencia comenzaba a incomodarle.

-Gracias -dijo con los ojos llenos de luz.

Volvió a su extraño lecho y empezó a buscar entre un montón de bolsas llenas de objetos extraños hasta que dió con un mechero. Intentó varias veces generar esa preciada chispa que da paso a la llama, pero... aquel mechero era también un recuerdo de lo que un día fue.

-¿Quieres fuego?, dijo sorpresivamente el joven.

-Muchas gracias. Me acabas de dar la vida.- dijo dando una larga calada. -Yo también fui un día estudiante. Y era muy bueno. De hecho fuí uno de los primeros de mi promoción. Pero aquello es otra vida.

-¿Y qué estudiaste? -dijo el joven pensando que debía ser un borracho fantaseando sobre un pasado que nunca existió.

-Fui arquitecto. Hubo un tiempo en el que vivía entre planos y diseños. Y era bueno. Vamos que si era bueno. Luego vino la crisis del sector, una negligencia en una obra hizo que todo mi mundo se derrumbase más deprisa que aquel maldito edificio y con él mi negocio, mi matrimonio, y todo cuanto tuve.

-¿Y vives ahora en la calle?

-Sí.

-¿Y no has hecho nada para dejar de ser...?

-Dilo, no tengas miedo

-No me malinterpretes. No pretendo ofenderte.

-Mendigo. Querías decir mendigo. Te voy a contar algo. Ven. Acércate. Quiero enseñarte algo.

Se acercó a una gran maleta que tenía llena de objetos carentes de valor. Trozos de tela, trozos de revistas, hojas de papel sucias, alguna que otra lata, una pelota pequeña de goma, lápices rotos...

-`Posiblemente todos mi tesoros te parezcan restos de basura comparados con tus tesoros. Apuesto que tienes un buen móvil con el que estarás todos los días en páginas donde subes fotos y te comunicas con gente. Y tendrás seguramente un coche y quizás tu propia casa o tu propio alquiler. Y tendrás un montón de imanes en el frigorífico de lugares en los que hayas estado. Y seguramente también tengas a tu lado a una persona especial... Por supuesto tu mundo no se puede comparar con el mío. Tú lo tienes todo y mírame a mí... Yo no tengo un móvil con el que hablar con la gente detrás de una pantalla. No estoy pendiente de simbolitos que me avisen si esa persona ha leído mis mensajes. Ni tampoco hago mil fotos ni me las hago a mi mismo para luego elegir una en la que mi estima no se vea dañada y la comparto esperando ver si a la gente les gusta o no. No tengo cámara. Cada momento e imagen que veo solo puedo guardarlas en mi mente y en mi corazón. Y solo puedo compartirlas con aquellos que en ese momento están a mi lado y también quieren mantenerlas a modo de recuerdo. Y ese momento viene acompañado de algo de comer o beber se vuelve inolvidable. No tengo un coche. No puedo hacer largos desplazamientos a la velocidad que lo hacéis los demás. Pero ya no vivo ni trabajo para pagar letras más grandes que mi propio salario. Ya no le pertenezco a las cosas que me pertenecen. Ni tengo que aguantar a un jefe que no soporto ni tengo que sobre esforzarme para que me valore y decida pagarme aquello que me merezco. Ya no persigo amores, ni insisto a nadie que no quiera estar a mi lado. Como puedes ver mi vida es mucho más sencilla.

Vivímos en una sociedad en la que nos esforzamos en exceso por tener una felicidad que nos hace infelices. Y cada vez más, la buscamos, la ansiamos, la necesitamos, la mendigamos... Ahora dime tú, ¿quién es realmente un mendigo?

 
 
 

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