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El reflejo

Foto del escritor: silviaseysilviasey

Pedro. Parte 1



El fuerte zumbido del despertador le sacó de un sueño tan pesado que le hizo perder por un instante la noción del espacio y del tiempo. Aquella habitación que albergaba su descanso parecía de pronto extraña, como si la estuviese viendo por primera vez. Quizás Morfeo le tuvo enredado en su mundo con más intensidad que temporalidad.

Saltó de la cama al ver lo tarde que era. Y mientras se metía el jersey por la cabeza, intentaba lavarse los dientes en un ejercicio imposible de coordinación libre de manchas de pasta blanqueante. No podía llegar tarde a aquella entrevista de trabajo. Decidió salir de casa con el estómago vacío pero no sin antes coger un libro de la estanteria. Cualquiera serviría para poder fijar sus ojos en algo que le sacase de ese mundo lleno de almas errantes que era el metro en hora punta.

A toda prisa fue capaz de entrar en el vagón con las puertas ya medio cerradas y como si hubiese encontrado un tesoro, allí estaba esperándole un asiento libre.

Se sentó con una sonrisa de medio lado sintiéndose un emperador sentándose en su trono y abriendo su mochila sacó el libro.

-¿"El banquete" de Platón?, - musitó en un tono de voz más alto del que hubiese deseado pronunciar.

La mañana prometía ser intensa. Él que siempre le daba muchas vueltas a las cosas, lo que menos necesitaba esa mañana eran más argumentos para comerse la cabeza.

Con un suspiro de resignación abrió por azar una página y comenzó a leer. Aristófanes arrancaba su famoso discurso sobre le mito de Andrógino y en vez de cerrar el libro de golpe en un acto de pereza, encontró curiosidad en aquellas letras.

-Si al final va a resultar que Platón era todo un romántico , -pensó sin poder reprimir una sutil carcajada que no resultó impercetible a la anciana que tenía sentada enfrente.

-Platón. Muy interesante, muchacho. -dijo la anciana llamando su atención.

-Si le soy honesto, es el primer libro que he cogido de la estantería. No me reconcilio con los filosofos desde mis años de Instituto.- respondió timidamente como un adolescente al que han pillado copiando en un examen.

-Este tipo de lecturas llegan a nuestras vidas siempre con un propósito cuando no nos son impuestas, -dijo la mujer mirándole con una sorprendente intensidad. -¿No crees en las almas gemelas? , preguntó la extraña mujer con gran curiosidad en la mirada. - Deberías.

Aquellas palabras hicieron que el vagón le pareciese un espacio muy pequeño en el que apenas podía respirar.

-Bueno , yo... -dijo con la voz entrecortada y tartamudeando.

-Todo llega, muchacho. Todo llega. Yo me bajo aquí. ¡Qué tengas un buen día!,- y dejando ese saludo tras de sí, la anciana salió del vagón.

El corazón de Pedro comenzó a latir con tanta intensidad que podía sentirlo en su garganta. Durante un tiempo, no tuvo la menor duda de que su encuentro con ella no había sido casual. Aquella tarde en la que se conocieron a través de esa web de quedadas para ver peliculas de autor en versión original en cines que nadie conocía en aquella inmensa cuidad, supo ella no era cualquiera.

Sus ojos azules tenían la habilidad de hacerle sentir desnudo ante su mirada. Era como si ella pudiese leer su mente y mucho más áun, sus escondidos sentimientos. Bastó una sola tarde para descubir que tenían tantas cosas en común que le costaba entender qué parte de su alma le pertenecía a él y cuál era aquella puramente innata en ella. Dos desconocidos que parecían conocerse desde siempre, compartiendo confidencias e historias que jamás se habian atrevido contar a nadie.

El reflejo de su rostro desencajado en la ventanilla de aquel vagón de metro le devolvió a la realidad. De hecho no sabía cuánto tiempo estuvo metido en aquella marabunta de recuerdos. Sus ojos, su pelo, su olor, su sonrisa, la forma en la modulaba su voz... El vagón se detuvo y preso del pánico se dió cuenta de que se había pasado su estación hacía ya un par de paradas.

Salió corriendo para subir por la escalera para poder después bajar de nuevo al otro andén. No podía llegar tarde y perder aquel trabajo que le hizo plantearse su vida y renunciar a tantas cosas.

-Amanda,- gritó un chico saludando a una chica que estaba en el andén que acaba de dejar.

Un sudor frío le recorrió la espalda.

-Amanda..., - y suspiró con tanta intensidad que pareció que lo que intentaba era respirar su nombre.

 
 
 

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