Dicen que ningún mar en calma hace experto a un marinero. Y puede que sea cierto, porque mi cuaderno de bitácora lleva ya tantos tachones que creo que he perdido el sentido del rumbo y de la orientación. Este año podría describirlo como mi noche más oscura, en la que sin faro ni brújula calibrada que me sirva de guía, he ido capeando ola tras ola sin saber a ciencia cierta si sería la siguiente en embestirme lo último que pudiese grabar en la memoria de mi alma. Cansada, asustada, acopiando más valor y fuerza de las que jamás he creído tener, me he aferrado con todas mis fuerzas a mi ajado timón. A fin de cuentas, es él el único que puede salvarme mientras repito mentalmente en mi mente como un mantra “si miras atentamente siempre encontrarás un camino”. Y ahí está. Cuando más triste y a la deriva me encuentro, siento sobre mí la luz de brillantes estrellas que vienen a recordarme que este camino lo transito acompañada. Y cuanto más miro a las estrellas, ellas además de regalarme su luz, me dan ese calor que mi cuerpo parece haber perdido. Me hablan como si fuesen un canto de sirenas, ríen, lloran y vibran en la misma sintonía. Es entonces cuando la angustia se vuelve liviana y las fuerzas vuelven. Mi timón vuelve a parecer más robusto y seguro y el viento vuelve a mover mis velas. Me elevan y la travesía parece ser menos dura. La luna aparece mostrándome su preciosa sonrisa cuando se asoma desde el cielo. Y en ese momento, dejo de sentirme sola. Me da paz, me reconforta, me libera de la oscuridad, me enamora. Muchas aguas revueltas quedan por navegar en esta noche oscura. Pero tengo el convencimiento de que no será eterna. Un nuevo amanecer lleno de luz está por llegar. Espero que llegado el momento, este agotado timón ( mi corazón) y mis raídas velas ( mi alma) puedan descansar el tiempo necesario para disfrutar de su infinita belleza.

Comments