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Yo dejé de creer en cuentos de princesas...
Allí estaba. Sobre la mesa del salón. Roja, Preciosa, llenando toda la estancia con su aroma. No había nota, ni remitente. Simplemente una preciosa rosa roja. Quizás una de las rosas más bellas que he visto nunca. La frescura de sus pétalos le aportaba esa textura propia del suave terciopelo. Pregunté a la persona que la había recepcionado y solo supo decirme que preguntaron por mí y la entregaron.
En ese momento muchas ideas pasaron por mi mente. Si se trataba una confusión o quizás una broma. No me habían regalado antes flores a excepción de mi padre y aquella preciosa rosa era una caricia para mi alma. ¿Realmente alguien quería sorprenderme?
Pregunté a varias personas intentado averiguar quién podía haber tenido un gesto tan bello conmigo. Pero sobre todo, quería saber por qué. Me sentía tan pequeña, tan insignificante que me costaba creer que la mereciese.
Unas horas después llegó una segunda rosa. Esta vez sí llevaba una tarjeta. Y si la primera rosa consiguió emocionarme, las letras que aparecían impresas en ese pequeño trozo de cartulina me hicieron llorar. Llorar de emoción. Llorar sintiéndome honrada e increíblemente afortunada, pues aquellas preciosas rosas escondían una dulce y tierna historia.
Una vez existió un maravilloso y joven samurái. Noble. Quizás una de las personas más nobles que han pisado este mundo. Nació con esa sabiduría que solo almas especiales son capaces de ostentar. Era demasiado especial para un lugar tan sórdido y vacío.
Fue un niño muy auténtico y creció fascinado por el mundo oriental y sus grandes leyendas. Pero un nefasto día, fue desafiado por el más cruel de los villanos. Era joven, muy joven, pero a su vez valiente e increíblemente sensato. No dudó en luchar y lo hizo con una entereza y madurez encomiables. Un día nuestras vidas se cruzaron de forma sorpresiva porque aquel maldito villano decidió también arrasar mi mundo. No tuvimos tiempo de poder mirarnos a los ojos pero pude conocer la grandeza de su alma, la brillantez de sus palabras y la fiereza de su batalla. Era un ser de luz tan especial que a diferencia de los cuentos y leyendas de príncipes que matan dragones, su espíritu un día se elevó al cielo y allí se transformó en un inmenso dragón que cada día busca reposo bajo la sombra de un precioso árbol.
Aquella mañana de Sant Jordi, aquellas rosas fueron enviadas en su nombre. En nombre de ese caballero con el que cualquier niña podría soñar. Un gran hombre que a pesar de su juventud estaba lleno de todas aquellas bondades y cualidades que hacían que fuese querido con todo el corazón. Una de las personas más especiales y bellas que jamás he conocido.
¿Por qué yo? ¿Por qué a mí? La explicación que me dio su madre y me la guardo en el corazón para el resto de mi vida. Porque ser bendecida con un beso desde el cielo, me hizo sentir acariciada por un ángel.
Desde entonces, no hay un solo Sant Jordi en el que esta princesa que dejó de creer en los cuentos de caballeros y guerreros, no reciba una rosa de parte de su dulce samurái. Y no hay un solo año en el que no se me escapen las lágrimas y no eleve la vista al cielo para enviar el más dulce de los besos a un precioso guerrero de luz que desde allí arriba siempre nos sonríe.
Gracias por siempre, mi querido Enric.
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